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Letras que se juntan para formar palabras. Palabras que se juntan con o sin sentido para dar forma a unas frases. Frases que llegan al alma, que resuenan, que hacen sentir. Mi idioma.

He vuelto

lunes, 8 de marzo de 2010

Capitulo 5 - Cuando una puerta se cierra, se abre una ventana



Me fui confuso, sin saber lo que pasaba. Las preguntas que me hacia el camarero, el tono con que me las hacía, o pensar que había comprobado en el billete para saber lo que iba a pasar.

Yo no entendía nada, es más todo lo que podía llegar a pensar o imaginar, después de todo, seria, a lo mejor, insignificante comparado con lo que realmente iba a pasar.

Decidí irme al baño a lavarme un poco la cara, a ver si así me despejaba. Como no, el baño estaba en el primer vagón, junto a la cabina del maquinista.

Ya estaba en el primer vagón, al final vi la cabina del maquinista, con la puerta cerrada y con un cartel que ponía: Cuando una puerta se cierra, se abre una ventana.

A la izquierda, la puerta del baño, que marcaba con luz amarilla; ocupado. Estuve esperando alrededor de diez minutos, cuando fruto de mi desesperación, toqué a la puerta para ver si, de verdad, había alguien.

Como no contestaba nadie, me dispuse a abrir la puerta. Esta, no opuso resistencia, y cuando cerré la puerta y giré la vista, no comprendía lo que estaba viendo.

Tenía aspecto de un niño de doce años, con una estatura de metro y medio. Tenía el pelo mucho más claro, castaño. Peinado con ralla al lado, típico peinado de comunión. Sonreí un momento frente al espejo, y vi que estaba mellado. Los ojos color marrón, sin apenas ojeras ni arrugas, ni bolsas. Tenía la piel blanca, súper fina, sin barba. Tenía las manos mucho más pequeñas, con unas uñas híper largas. Vestía un pantalón beis, con un polo blanco a rallas azules, e iba con zapatos. Me miré en el cuello y tenía una cadenita de oro. No llevaba las gafas. Comprobé que es lo que llevaba en los bolsillos, y encontré; una piruleta, y un coche de juguete.

Por último, me acordé de una cosa, y no tarde ni cinco segundos en comprobarlo. Seguia estando ahi. Sí, no habia desaparecido, el tatuaje que me hice en mi adolescencia, aunque fuese un niño de doce años.


Salí del baño, perplejo de tal situación. Me dirigí a la puerta del maquinista, leí otra vez el cartel, y cuando acabé de leerlo, el tren se detuvo.

Decidí abrir la puerta, y ahí estaba él y sin salir de mis labios ni una sola palabra me dijo:
Acabamos de hacer la primera parada, y por esa ventana llegarás a tu primer destino en este viaje.

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